México lograba por primera vez el título de la Serie del Caribe, luego de diez años de haber ingresado al gran clásico, por obra y gracia de Horacio López Díaz, presidente de la Liga Mexicana del Pacífico, al afiliar este circuito a la Confederación del Caribe.
Para variar, México perdió el primero encuentro y como de costumbre, nadie daba un cacahuate por su suerte. Desde su participación primera, hasta esa fecha, México era llamado “El patito feo” de la competencia.
Pero hubo un hombre que lució como lo que era; un grande. Hizo notar su poder y de su mano y su bate, don Héctor Espino González, el mejor bateador mexicano de todos los tiempos, trajo para México aquel banderín, que repetirían hasta diez años después, y tres banderines en treinta años.
Llegaron a Hermosillo, pues fueron los Naranjeros los primeros campeones mexicanos del clásico y entonces vino la petición de que se inmortalizara el nombre del llamado “Supermán de Chihuahua” con letras de oro, imponiendo su nombre al hasta entonces estadio municipal.
Fue así como nació “La Casa que Espino Construyó”.
Ningún otro parque del beisbol invernal lleva el nombre de pelotero alguno; excepto este gran pelotero que, simple y sencillamente, como lo dijo Tom “La Sorda” en 1974 cuando manejó en la Serie del Caribe a República Dominicana, primera Serie del Caribe en México: “todavía no entiendo por qué no está en grandes ligas este señor”.
Y vaya que sabía algo de beisbol el afamado mánager de Los Dodgers de Los Ángeles.
En el beisbol de Estados Unidos, un día como hoy de 1948, los Yankees le hicieron un homenaje en vida a Babe Ruth, acompañado de sus compañeros en los Yankees de 1923, año que inauguraron el Yankee Stadium y que estaba en su 25 aniversario.
Los Yankees retiraron ese día el número 3 de Babe Ruth, 11 años después de su retiro. En esos años no era nada común que los equipos retiraran números, Lou Gehrig había sido el primer jugador en tener su número retirado y esto fue apenas 10 años después que se empezaron a usar números en los uniformes en Las Grandes Ligas, que, por cierto, el número que usaban en su espalda era el que tenían en el orden al bat comúnmente (Babe Ruth 3, Lou Gehrig 4).
“El Bambino”, aquejado con un cáncer de garganta, estaba en sus últimos días de vida. La máxima gloria del beisbol y la más mítica figura del deporte en los Estados Unidos, hacía su última presentación ante la gente a la que tantas alegrías les regaló, muchos de ellos recordando las hazañas que les tocó ver, escuchar o leer del bambino
Los casi 50 mil fanáticos cantando “Auld Lang Syne” (por los viejos tiempos), un viejo poema escoces que se hizo canción y que se usaba en los momentos solemnes y cuyos estribillos dicen:
“Por los viejos tiempos, amigo mío,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de cordialidad
por los viejos tiempos”.
“Y he aquí una mano, mi fiel amigo,
y danos una de tus manos,
y ¡echemos un cordial trago de cerveza
por los viejos tiempos!”.
El mejor jonronero de la historia, que alguna vez tuvo mejor sueldo que el presidente de su país y mejor año, por supuesto, llegó portando el legendario número 3 en su espalda, su compañero de mil batallas, aquel gran número 4, ya se había adelantado al campo de los sueños, donde lo esperaba para conformar ese 3-4 como no ha habido otro en la historia. Ruth, quien alguna vez asesinó las esperanzas de los Yankees de ganar una serie mundial, con aquel robo de base en 1926, el mismo al que se le atribuye haber señalado a donde iba a conectar un jonrón en la Serie Mundial de 1932 y que ha dado pie a tantos poemas, historias o películas, el hombre que fue capaz de fundir sus hazañas en el campo, con leyendas que se dispersan entre la realidad y la imaginación de los fanáticos.
El hombre que dejó récords legendarios desde la loma de los disparos y la caja de bateo, que alguna vez fue multado por el dueño de los Yankees por no llegar a un juego, la causa, hacerle una fiesta a un niño, ya que su hermano le había pedido una pelota autografiada para darle de cumpleaños, sería el único regalo que tendría, el hombre que atrajo a los fanáticos de nuevo a los estadios después del escándalo de los Medias Negras en 1919 y que jugó y disfrutó del pasatiempo nacional como nadie, ese hombre se despedía del recinto que fue testigo de su grandeza.
Ese día el bambino pisó por última vez el pasto del legendario Yankee Stadium, legendario gracias a Ruth. Babe Ruth murió dos meses después, Ruth se despidió del Yankee Stadium, donde escribió las primeras grandes historias de la casa de los Yankees, la Casa que Ruth Construyó.