28 Diciembre 2022 Escrito por  Hugo Vela Rivera El Vigía

RONNIE CAMACHO Jonronero de Leyenda

 

En estos tiempos de reencuentros, de estar orando por los peloteros que nos dieron gloria en el beisbol profesional, la autobiografía de Ronaldo Camacho Durán nos recuerda que el gran toletero empalmense le daba importancia con quien jugaba, con sus compañeros, de quienes siempre se ha expresado muy bien, hasta los rivales.

Ronnie Camacho escribió la historia de su carrera en un libro que tituló con su nombre y apellido el año de 1975 y aquí están algunos párrafos de ese tan interesante trabajo:
Ronnie, tienes 35 jonrones; mañana lanzará Juan Piedra (zurdo) por Reynosa, ¿quieres que te ponga de primero en el line up?
No, “viejo” déjame ahí de tercero, pues considero que me interesan más las carreras producidas que ese récord. Tengo confianza en pegar, aunque, sea cinco jonrones más en la que falta –le dije con sinceridad a Tony.


Esa noche en el primer inning pegué mi jonrón 36, una recta con velocidad en la esquina de afuera. Había empatado el récord impuesto por Aldo Salvent, un furioso toletero cubano que sabía para qué era un bat.
Después en los últimos innings lanzaba Lázaro Uzcanga, veracruzano derecho, que ese año tiraba duro de verdad. Recuerdo que me vino de lado y hacia afuera, era una violenta recta. Le tiré y allá fue, a las gradas del leftfield, mi jonrón 37.
Recorrí las bases con lentitud, así como lo hace Reggie Jackson, el bateador estelar del Atléticos de Oakland. La gente de pie me tributó una ovación que jamás olvidaré.
Deseo mencionar un detalle muy curioso: cuando le di a la bola, sabía que ése era un jonrón; me quedé como hipnotizado entre el home y primera base. Jiquí Moreno, nuestro caballo de relevo, me gritó con fuerza: ‘’Hey, cabezón, no corras mucho, lo hiciste, lo hiciste ‘’.
Al pasar por primera base, un escalofrío se apoderó de mí, iba temblando y no sentía absolutamente nada en mis pies… ¿cómo les diría yo? Parecía que corría sobre algo muy blando, algo así como algodones, qué sé yo… En segunda base, al llegar, John Shaive, un ex big-leaguer que jugaba con Reynosa, me extendió la mano y me dijo en español. ‘’Bien, Ronnie, te lo has ganado’’.
Tony me esperaba en tercera base con los brazos abiertos, qué alegría le causé. Me llevó abrazando hasta el mismo home plate y ahí estaban todos mis compañeros; me levantaron con fuerza, me llevaron al dougout y me senté nervioso. Mientras esto sucedía, el umpire pedía tiempo, pues buscaba la pelota para entregármela. Un joven estudiante de apellido Calvo, me la entregó ahí mismo en la caseta. Le entregaron 500 pesos y me estrechó la mano. Después me enteré que ese muchacho es pariente muy cercano de un gran jugador y excelente amigo mío, juega actualmente con el “Aguila”, Bernardo Calvo.


¿Qué piensa Ronnie Camacho ahora?’’, me preguntó un cronista de radio después del juego en el vestidor. Bueno, pienso que el año próximo, trataré de batear 40 jonrones porque la exigencia va a ser mayor, lógicamente ganaré más dinero.
“Pero en este momento ¿qué nos dice al respecto?” Que Moi Camacho y Oscar Rodríguez sigan bateando detrás de mí en el line up, para que así me lancen a mí y que no se hagan viejos.
“Hombre, Ronnie, usted sí que dice verdades, le da más mérito a sus compañeros que a su hazaña”; Aquí en este club se juega para ganar y si a mí me tocó ahora, qué bueno.
¿Qué nos dice de Héctor Espino? Está dando muchos jonrones con el Monterrey; Si no pierde su consistencia jonronera va a llegar muy lejos, es un estupendo bateador y tiene estampa de jugador caro, ya lo verán.
En ese momento todo se interrumpió pues Tony Castaño gritaba que llevaran cerveza bien fría al vestidor y así pasé una inolvidable noche.
Salí disparado a mi departamento y mi esposa me esperaba. No decía nada, me miraba, tenía lágrimas en los ojos; me abrazó y me dijo: “Sabía que lo ibas a lograr; pero no esta noche, no dormiste bien, a las 6 de la mañana me pediste un café, estabas muy nervioso”. Nos fuimos juntos a la recámara del niño (en ese entonces tenía a él nada más, después vendría la niña), me saqué la pelota del bolsillo y la deposité a un lado de su almohada. Mi hijo Ronnie dormía, en su rostro infantil se podía ver una leve sonrisa, tal vez soñaba con esa noche. Ahora con 11 años de edad, sigue viendo la pelota, la acaricia. El otro día me dijo: “Papá, ¿cuándo me das otra de éstas? Nunca más hijo”. Ustedes ya saben por qué, ¿verdad? Esa noche no pude conciliar el sueño, salí a dar una vuelta con mi esposa y ya no hablamos de esos momentos, pero yo pensaba ¿qué más le puedo pedir a la vida?
Dios ha sido benévolo conmigo, aunque no soy muy devoto me considero católico y cumplo con mis obligaciones, no acudo con frecuencia a las iglesias y cuando lo hago es porque lo siento con sinceridad y cariño.
Cuando hizo su aparición en la liga, Héctor Espino, la exigencia y responsabilidad en mí aumentaron. Sabía muy bien que ese bateador venía comiendo candela e iba a ser un adversario digno. Comenzó a dar batazos kilométricos y se llevaba todas las páginas deportivas en los periódicos. Llegó, vio y venció, Yo considero muy difícil que aparezca otro toletero de esa magnitud. Todo en él es natural, no le conozco un punto débil desde que lo estoy viendo, es metralla pura y de la buena.


Cierto día estábamos en el vestidor hablando acerca del line up que esa noche presentaba el Sultanes de Monterrey. Tony Castaño sentado en el centro de todos nosotros llevaba la batuta y decía: “Goyito Ortiz, recta pegada y curvas afuera; Elpidio Osuna duro y al pecho”
Cuando llegamos al turno de Espino, guardó silencio; entonces Esteban Rivera, un pitcher de Puerto Rico, se pone de pie y dice “¿Qué pasó con el que sigue, Tony?”, El viejo tosió y dijo: “¿Quién es, chico?”, “Espino”, le contestaron. “Ah, bueno, aquí ya vamos uno a cero”. Rivera se puso bien bravo, pues no le gustó lo que Tony había dicho, ya que él pitcheaba esa noche.
Mucha gente me preguntaba por qué Moi y yo bateábamos jonrones con frecuencia en Puebla.
Bueno, primeramente, les diré que no es tan fácil como muchos piensan; hay que estudiar ciertos factores, como las dimensiones del terreno, la altura de las bardas, el aire… Ahí en Puebla nos dimos cuenta que la atmósfera es más liviana que en otros parques, eso hace que la pelota bateada con fuerza y hacia arriba tome más impulso. Yo me adapté rápidamente al parque, no así Moisés, pues hay que tomar en cuenta que los dos somos bateadores completamente distintos. Moi significaba para el club, average y el clásico tercer bat, pues chocaba la bola por todos los rincones del parque; después vino a batear jonrones con frecuencia.
Yo lo único que tenía que hacer, era darle duro y para arriba. Siempre me gustaba hacerlo con hombres en base, pues eso es lo que dejaba dinero y del bueno. Aquí es muy importante citar que si un bateador carece de poder; no se engañe a sí mismo, ya que la fuerza bateadora es un don de la naturaleza; eso se trae y no se va nunca, a menos que uno ya no quiera nada con los pitchers.
La bola más mortífera para un bateador de poder se llama “la bola de los años”, éstos sí que no creen en nadie. Cómo quisiera tener diez años menos para volver a disfrutar esos momentos tan felices. Cómo se disfruta de este hermoso juego, de todas maneras, doy gracias a Dios por tantas cosas que me ha dado, lo mismo digo del Béisbol

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