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Personajes emblemáticos de Empalme
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04 Diciembre 2022 Escrito por 

Personajes emblemáticos de Empalme

Empalme acumula un sinfín de anécdotas, leyendas, personajes emblemáticos, apodos y acontecimientos que han quedado registrados en distintas revistas, libros, folletos y sobre todo en la memoria colectiva.

Basta con abrir el libro “Me llamo Empalme” de la autoría de Carlos Moncada Ochoa, para enterarnos de como a fines de 1937, la población vivía aterrorizada por “la penitente”, que en cuanto oscurecía recorría las calles con ropas macabras. La policía se armó de valor, y de acuerdo con un plan preconcebido, una noche capturó al alma en pena, que resultó ser una mujer fuera de juicio. No había entonces psiquiatras adscritos al gobierno municipal, pero, con sentido práctico, los agentes la pasearon por el pueblo en la pipa regadora, un poco para darle una lección, y otro poco para que los vecinos se convencieran de que la penitente era un ser de carne y hueso.
La revista PCA (Pura Calle Ancha), cita a Carlos “Vícam” Ortega, quien decía que por allá en el año 1944 se realizaba un mitin en la plaza Centenario. El invitado especial era nada menos que el gobernador del Estado, general Abelardo L. Rodríguez. Había mucha concurrencia, la gente lo quería mucho. Cuando terminó el evento el general se retiraba caminando entre la asistencia, cuando se escuchó una voz aguardentosa: “Oye Abelardo, hijo de %&/##%(,espérame cabr…”. Era “El loco Elías”, que extendiendo la mano exclamó: ¡quiero lana! El gobernador sacó la cartera para sacar unos billetes, pero Elías se la arrebató y agarró lo que quiso. “Al cabo tú tienes mucha lana cabrón”. Rodríguez Luján explicó a los que estaban cerca: “Este señor me salvó la vida en la Revolución, por eso le permito que me trate así”.
Para la composición de esta sección, consulté a varias personas sobre las mujeres y hombres que, de alguna forma, irrumpían o aderezaban la cotidianidad de los pasos. Allí estaban en la plaza, en las esquinas, en el mercado, en la central de camiones, digamos que eran guardianes del día, de la noche, amigos del sol, la luna y las estrellas. Siempre rodeados de perros, sin un peso, pero repletos de las bondades del pueblo. A quien le pregunté, no dudo en recordar a algún personaje tipo.
“La güera junta botes”, la primera mujer recicladora; “La Loca Elvira”, “El Loco Richar”, Guadalupe Higuera Mercado, mejor conocida como “La Chile-pepe”; “El Teclas”, “El Loco Perea”, “El Moneo”, “El Chino”, “El Cosechas”, “La Thalía”, “El Edel”, “El Cuatito Colonial”, “El Mancebo”, entre otros más.
Comparto el recuerdo de cuatro de esos personajes, al evocarlos desempolvo infinidad de momentos y trazos de un pueblo que por desgracia se ha inundado por seres que deambulan por las calles ajenos a nuestras vidas, perdidos, muchos de ellos, por el exceso de las drogas.

“EL GÜERO PATÓN” VICENTE FERRER GUERRERO
Desde que aprendí a tener uso de razón, crecí con la amenaza de que me llevaría “El Güero Patón”, si me portaba mal, por lo que actuaba con cautela al transitar por las calles, siempre bien agarrado de la mano de mi Madre o la del abuelo para evitar caer en el costal que decían portaba el hombre que llegó a Empalme en 1905 como mozo de un norteamericano que se suicidó y lo dejó a su suerte. Era alto y colorado, como piel roja. Vivía de lo que le daban las amas de casa a quienes hacía mandados. Siempre andaba descalzo, con machete en mano y paliacate en la cabeza. Hablaba lo indispensable. Carlos Moncada, autor del libro “Me llamo Empalme” cita que el güero patón se llamaba Vicente Ferrer Guerrero, quizás como requisito para llenar el espacio del nombre del acta de defunción.
Una tarde saliendo de la casa de mi vecina, justo al cerrar la puerta del cerco, me pasó a escasos dos metros de distancia “El Güero Patón”, al percatarme de su presencia, me quedé petrificado, paralizado, pasmado, inmovilizado, para cuando pude mover los ojos con el deseo de tener a mi alrededor un alma protectora, aquel hombre de pésima reputación, según el pueblo, ya se había esfumado sin tan siquiera percatarse de mi corta existencia. Tardé algunas horas y días para regresar a la cotidianidad del barrio. A más de 45 años de distancia comprendo que “el güero patón” era pitoniso y vio en ese niño al futuro cronista municipal vitalicio, motivo por el cual no me echó en su costal y me descuartizo, con el único objetivo de que compartiera este relato y mantuviera vivo el recuerdo de uno de los personajes emblemáticos que conforman el patrimonio cultural intangible de la Ciudad Jardín.

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