En Empalme hay cualquier cantidad de leyendas en torno al popular “El Moneo” de la Jordan, que si fue un gran estudiante de medicina cuyos padres murieron para despertar ambición de hermanos quienes algo habrían contribuido para alterar su salud mental al vender todas sus pertenencias y dejarlo en la calle.
Otros cuentan que como universitario su coeficiente intelectual alto provocó su ausencia de raciocinio que lo llevó a vivir en la indigencia y hay quien dice que fue un golpe el que llevó al varón a la locura.
Todos los relatos son distintos con una sola coincidencia: su familia lo abandonó. Y desde entonces Alfonso dejó de tener nombre para convertirse en “El Moneo”, un fantasma de las calles que comía lo que le regalaban y dormía donde le caía la noche, sin un familiar que pudiera acercarlo a una institución de salud para diagnosticar sus males y dar tratamiento como merecía.
Los últimos años, el ya anciano fue varias veces reportado por conducta inapropiada frente a niños del kínder, lo detuvieron varias veces, ya se notaba frágil y deshidratado hasta que el domingo por la mañana lo hallaron tirado con heridas en las piernas y un golpe en la cabeza, luego fue trasladado a un hospital donde lo dieron de alta, él se fue caminando hasta en Empalme y sus restos se encontraron horas después flotando en el estero de Bellavista, a la altura del puente Douglas.
Y así como fue su vida fue su muerte: unos dicen que se cayó, otros que lo golpearon. La realidad es que su deceso obliga a la reflexión de las instituciones de salud y la sociedad misma sobre las personas con enfermedad mental que por su condición son condenadas por familiares a vivir en las calles. Algo se tiene que hacer, cada vez son más indigentes como para clasificarlo como problema de salud pública que debe ser resuelto con responsabilidad y, sobre todo, con la sensibilidad y humanismo que merecen los renglones torcidos de Dios.