La noche de las bodas lo vio ella al natural, y tras exhalar un suspiro de resignación le dijo: "Bueno, a lo mejor tienes otras cualidades". Se hizo una campaña en el pueblo a fin de que todos los perros mascota fueran vacunados y llevaran su licencia en el collar. Babalucas iba en automóvil con su perro. Un oficial lo detuvo al ver al can sin collar y le preguntó: "Su perro ¿tiene licencia?". "No la necesita -contestó el badulaque-. Yo soy siempre el que maneja". El lúbrico galán cortejaba a una ingenua chica llamada Susiflor. Ella le dijo: "Jamás podrás entrar en mi corazón". Respondió el majadero: "No es ahí donde quiero entrar". Pocos personajes hay tan queridos y evocados en mi ciudad, Saltillo, como don Severiano García, llamado con respetuoso afecto “El Chato”. Maestro del Ateneo Fuente glorioso, vestía chaqué y pantalón negro a rayas grises. Se cubría con un bombín de fieltro; calzaba zapatos de charol y usaba polainas. Era de buena talla, ventripotente; el rostro redondo y mofletudo; los ojos vivos bajo hirsutas cejas; la voz sonora y grave. Profesor de Lógica, la suya no era aristotélica sino personalísima. Puntilloso en el uso del lenguaje, exigía precisión absoluta en el hablar. Un día subió al autobús en el que cotidianamente hacía el trayecto de su casa al Ateneo. El tal camión iba atestado, de modo que “El Chato” tuvo que ir de pie. "Maestro -le dijo una alumna-, no tiene usted asiento". "Asiento sí tengo, señorita -la corrigió don Severiano-. Lo que no tengo es dónde ponerlo". Vayamos al lexicón de la Academia y leamos, entre otras acepciones, esta: "Asiento: Nalgas". (En la noche de bodas el recién casado le dijo a su flamante desposada: "¿Recuerdas que nos conocimos un día que te di el asiento en el autobús? Bueno: ahora te toca a ti"). El secretario de Gobernación y corcholata de AMLO, Adán Augusto López, tiene también asiento, pero se ve que no sabe dónde ponerlo. Anda como canica en lavamanos, del tingo al tango, de arriba para abajo. Más parece candidato en campaña que funcionario a cuyo cargo se halla la política interior de la República, y que debe por tanto estar en su sitio de trabajo, atento a conocer cualquier problema que en el país pueda presentarse para atenderlo de inmediato y procurarle debida solución. De sus ausencias no tiene él toda la culpa. La comparte con el Caudillo, que quién sabe por qué esotéricos cálculos políticos dio un prematuro banderazo a la carrera por la sucesión, y motivó así campañas igualmente prematuras, con descuido de las funciones públicas y tempranos pataleos por abajo de la mesa. Recuerdo ahora que “El Chato” Severiano criaba gallinas en el corral de su casa. Por la mañana iba a echarles el maíz con que las alimentaba. Corrían las gallinas a comerlo, y con ellas acudía, corriendo también, el gallo.
“El Chato” lo apartaba con el pie y le decía en tono de reproche: "Como si pusieras tanto". Estense sosiegos -así se dice en el Potrero- quienes son las corcholatas de AMLO. ¡Como si pusieran tanto! El profesor Dino les habló a sus estudiantes acerca del sexo. Su esposa era recatada en ese aspecto, y entonces le contó que les había hablado sobre el deber de ir a la iglesia. Al siguiente día la señora se topó con unas alumnas de su marido. Le dijo una de ellas: "Su esposo nos habló de un tema muy interesante". Respondió la señora: "No me explico por qué les habló de eso. La primera vez tuve que obligarlo, la segunda fue cuando nos casamos, y la tercera se quedó dormido". FIN.
MIRADOR
Por Armando Fuentes Aguirre
Los muchachos en edad de saber la llamaban burlonamente "La emperatriz del catre".
Yo, que era niño, no sabía por qué. Ahora sé que se dedicaba a la prostitución. Vivía cerca de mi casa, en el antiguo barrio de Santiago. La visitaban en la suya señores de diversa condición. Algunos, muy pocos, llegaban en su automóvil; otros en coches que ahora se llaman taxis y que entonces se llamaban carros de sitio; los más a pie, pues en aquel tiempo todo en mi ciudad estaba cerca.
La señora -a mí me parecía señora, aunque no lo fuera para los demás- tenía en su ventana un caracol marino. Cuando recibía a un cliente metía el caracol. Así se sabía que la plaza estaba ocupada y que había que regresar más tarde.
Nadie protestó nunca por la presencia de la mujer. Se practicaba la sana virtud de la tolerancia. Las señoras la saludaban -"Buenos días"-, pero hasta ahí. Los señores se llevaban la mano al sombrero al pasar junto a ella. Un día yo le dije: "Adiós, señora". Ella esbozó una sonrisa triste e hizo como que me iba a acariciar la cabeza, pero no me la acarició.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
Por AFA
". Un curandero indígena le dio una 'barrida' al secretario de Gobernación.".
Que le aproveche al señor
ese extraño proceder.
Pero al que habría que barrer
sería a su superior.
NOTA
La opinión del autor no es responsabilidad de esta Casa Editorial.