Roque era de esos policías judiciales que daba miedo solo con verlos y eso era lo que quería inspirar a delincuentes el señor que llegó a Guaymas cuando apenas se cometía un asesinato al año y solía tener móvil pasional como se tipificada a finales del siglo pasado.
A su paso por el puerto fue implacable con golpeadores de mujeres y violadores de niños, uno de los casos más sonados a principios de este milenio fue el protagonizado por un sujeto que habría cometido abusos deshonestos en contra de su sobrina discapacitada.
La denuncia se generó en un hospital una mañana y antes de que atardeciera el señalado estaba en los separos de la Policía Judicial con confesión firmada, sin una sola prueba pericial. En ese tiempo contaron que el comandante caminó por una zona cerril hasta dar con la casa donde un familiar escondía al denunciado que prefirió entregarse al grupo de rudos judiciales.
En el caso como en todas las consignaciones de Roque y otros comandantes de la época no hubo orden judicial, ni exámenes tortuosos para la víctima, ni pruebas científicas, ni disparos en la detención, hubo admisión de culpa. La pura fama de los investigadores de antaño producía miedo en delincuentes sexuales y ese mismo temor contrastaba con el profundo respeto que proferían a niñas y ancianos, mujeres golpeadas y personas de las que llamaban “estudiadas”.
Claro, en esa práctica de antaño debió haber quebranto a derechos humanos y formas poco ortodoxas de aplicar la Ley, por eso desapareció la Policía Judicial para crear la Policía Estatal Investigadora con agentes de academia, profesionistas que mutaron a la AMIC una agencia que basa sus acciones en la ciencia. Sin duda la evolución del sistema se dio en virtud de los retos que se plantean en la actividad partiendo de omisiones, de fallas cometidas en el pasado que generaron una crisis incontenible de violencia en estos días.
Sin embargo, con todos sus errores, el comandante Morán dejó un saldo de baja, muy baja incidencia delictiva y es cuando se vuelve necesario el análisis sobre el trabajo de los investigadores de olfato con los de título, para buscar el equilibro que se requiere en tiempos donde urge retomar el control de las calles y contener la ola de violencia que azota a la región.
Valdría la pena evaluar si en la defensa de los derechos humanos no se perdió firmeza ante quienes transgreden el orden público para generar miedo y en una de esas pudiera resultar efectiva una dosis de la rudeza que caracterizó a los viejos policías.
Lo que sí hay que rescatar es el respeto de aquellos a las víctimas, a la niñez, a adultos mayores a mujeres violadas y el compromiso que asumían ante esos casos para volverlos tan personales como para dedicar todo su tiempo y empeñarse hasta lograr que los malos estuvieran donde deben permanecer, tras las rejas y no generando temor en las calles.
Por su entereza, dureza y vocación, el comandante Roque Morán Galáz se ganó un lugar destacado en la historia del sistema de justicia y a unos días de su deceso se lamenta su partida de la vida terrenal donde dejó huella con los malos y más con los buenos. En paz descanse.