Mis viajes de Magdalena a Guadalajara y de regreso en el tren bala fueron inolvidables, pero a la vez, el día que me venía a Guadalajara sentía mucha angustia, un nudo en la garganta, el estómago hecho bola, preparando mi ropa y tantas cosas que traía, en especial de comida, ya que en Guadalajara es diferente la alimentación y costumbres. También en Sonora estábamos muy impuestos a ir a Estados Unidos a comprar muchas cosas y aquí no vendían nada de eso, por lo que regresábamos cargadas de mercancía.
Ya en el tren, en el tiempo que viajé de estudiante, me la pasé muy a gusto, ya que veníamos muchos estudiantes de Magdalena y se armaba la fiesta, algunos traían acordeón y otros guitarras, seguido nos tocaba en el mismo vagón y si no, estábamos pendiente de donde se bajara alguien para reunirnos. Cada viaje se hacía más grande el grupo de amigos, ya que éramos de diferentes carreras y universidades, en el transcurso del viaje se iban subiendo compañeros de nosotros, jóvenes todos amigos de todos, compartíamos nuestros alimentos, platicábamos mucho, se subía mucha gente a vender comida, en Sonora los deliciosos burritos de machaca, las coyotas, los jamoncillos; en Sinaloa, los mangos, las bolsitas con camarón seco con chile y limón, en ocasiones no era muy buena la comida. En Tepic decían enchiladas de pollo y al comerlas eran de repollo porque no tenían pollo. También vendían las semitas que eran unos panes grandes con piloncillo y canela muy sabrosos. Conforme avanzábamos en cada estado vendían diferentes cosas.
Era muy seguro viajar en tren, se descansaba porque podíamos dormir en la noche mientras no hubiera una parada en alguna estación y se subiera un montón de gente gritando lo que vendían. Olores a todo, hablando de olores, la ropa llegaba muy apestosa a humo, incluso la que venía en maletas.
Caminábamos por los vagones y a veces nos quedábamos en los vestíbulos a ver el camino, mis respetos a Nayarit, unas selvas hermosas y siempre muy verde todo. Cuando entró el tren “estrella”, hasta nos daban los tres alimentos, tenía aire acondicionado y muy limpio. En los dos trenes se barría y se trapeaba, y a veces se descomponía la refrigeración y a sufrir.
En Magdalena el viaje iniciaba, creo, a las seis de la tarde y llegábamos a Guadalajara entre las diez y once de la noche. En una ocasión nos tocó que en Nayarit se descarrilara un tren carguero y duramos toda la noche en el tren, llegando a Guadalajara a las tres de la tarde del siguiente día, por lo que hicimos casi cuarenta y ocho horas de camino.
De regreso era menos divertido porque no todos salíamos los mismos días de vacaciones, pero felices por el alboroto de ver a la familia. El último viaje que hice en tren estrella fue cuando mi novio fue a Magdalena a pedirme, ya nos caían gotas de agua en la cabeza, había cucarachas y ratones, a ratos sin aire, ya no quise volver a utilizarlo y poco después lo quitaron. De venida compraba el boleto arriba del tren y de regreso lo adquiría hasta con dos meses de anticipación en las oficinas del ferrocarril. También había un tren de segunda que le decían “el burro” y hacía dos días de camino, en ese no me tocó viajar.