20 Diciembre 2022 Escrito por  Armando Fuentes/Catón AGENCIA REFORMA

De política y cosas peores

CIUDAD DE MÉXICO.- Noche de bodas. Por primera vez el enamorado novio contempló al natural a su bella desposada, que lo esperaba sin cobertura alguna si se exceptúan algunas gotas de Chanel No. 5. "¡Amor mío! -exclamó arrobado el doncel-. ¡Tus cabellos! ¡Tu frente! ¡Tus ojos! ¡Tus mejillas! ¡Tu cuello! ¡Tus hombros!" ¡Tus!". "Bueno -lo interrumpió, impaciente, su dulcinea-. ¿Viniste a follar o a hacer inventario?".

Don Gerontino cortejaba discretamente a la señorita Himenia, célibe madura. En una reunión de Navidad se acercó a ella por la espalda, le cubrió los ojos con las manos y le dijo: "Adivine quién soy, amiga mía. Si se equivoca tendrá que permitir le dé un beso en la mejilla". Al punto respondió la señorita Himenia: "¡Don Miguel Hidalgo y Costilla!". "(Don Miguel Hidalgo y su distinguida esposa", anunció el locutor en una ceremonia oficial). Este amigo mío es firme en sus creencias. Creyó en Santo Clos hasta que tenía 32 años. Cuando se enteró por los niños del barrio de que Santa era su papá sufrió tal decepción que arrojó por la ventana el aro y la pelota que le habían regalado en la última Navidad. Lejos de burlarme de la credulidad de mi amigo yo alabo su inocencia. Tan perdida está en el mundo la simplicidad que, si alguien la conserva merece elogio, no chocarrerías. Además, los hombres solemos creer en cosas más inverosímiles que el jocundo viejo de la barba blanca que en diciembre les trae juguetes a los niños en un trineo tirado por renos. Creemos en las mentiras que nos cuentan algunos demagogos: damos crédito a sus promesas de trasformación y les otorgamos nuestro voto con la misma necia ilusión con que una muchacha tonta le entrega su doncellez a un seductor. Nos tienen sumidos hasta el cogote en la inseguridad, la ilegalidad, la arbitrariedad, y dejamos que sus lacayos pasen frente a nuestras narices llevando su carga de aberraciones jurídicas para ofrendarlas como tributo a su caudillo. Comparada con esta credulidad, la de mi amigo es casi un ejemplo de duda cartesiana. Millones de mexicanos creen todavía en la 4T y en su auriga. ¿Y nos sorprenderá alguien de que mi amigo haya creído en Santo Clos hasta los 32 años?... Aquella mañana Pepito estuvo más travieso que de costumbre. Su joven y linda profesora le dijo, ya cansada: "¡Ay, Pepito! ¡Cómo me gustaría ser tu mamá por unos días!". "¡Huy maestra! -respondió Pepito-. ¡Eso le encantaría a mi papá!". Nos hallamos en un convento de la Edad Media. Tocaron a maitines y sor Bette se levantó adormilada y se vistió en la oscuridad. En el corredor que llevaba a la capilla le dijo sor Dina, la madre superiora: "Necesita usted cambiar de hábitos, hermana". "¿Por qué, reverenda madre? -se alarmó sor Bette-.- ¿Los míos son inconvenientes?". "Sí -replicó sor Dina-. Trae usted los de fray Asturio". En el manicomio dos orates reñían con frecuencia, porque ambos sostenían ser Napoleón Bonaparte. El director del establecimiento los amonestó: si no se ponían de acuerdo los recluiría a ambos en sendos cuartos de castigo. A poco regresaron los dos con el funcionario y le anunciaron, felices, que habían llegado ya a un arreglo. Explicó uno de ellos: "Esta semana yo seré Napoleón y él Josefina, y la siguiente semana yo seré Josefina y él Napoleón". Simonetto y Petrino eran pescadores. Ambos hablaban poco, casi nada, en su trabajo. Eran lacónicos hasta el extremo. Sucedió que Simonetto echó su red y sacó en ella una hermosísima sirena de bello rostro, enhiesto busto y larga cabellera bruna. De inmediato la devolvió al mar. Sin cambiar de expresión le preguntó Petrino: "¿Por qué?". Respondió Simonetto en igual forma escueta: "¿Por dónde?". FIN.

MIRADOR
Por Armando Fuentes Aguirre
Tomo en mi mano este buñuelo y me parece haber tomado una mariposa.
Este buñuelo tiene la levedad del aire. Temo que si lo miro desaparecerá. Es transparente, como el alma de una niña. Procuro no pensar en él, pues el solo pensamiento podría desbaratarlo.
Pongo el buñuelo en un plato, y ahora el plato pesa menos que antes. Y es que el buñuelo es sólo sol, solo espiga, sólo dulzor de azúcar, solo picor furtivo de canela. Si lo levantas con cuidado debajo de él verás un callado cortejo de recuerdos. La cocina materna. La risa en el comedor del padre y de los tíos. En el patio el jolgorio de los niños que se sorprenden por primera vez en la vida con la novedad de la nieve.
Todo es ido. Pero en la presencia del buñuelo todo vuelve. Me lo llevo a la boca, y no sé si para comerlo o para darle gracias por las memorias.
Tiembla en mi mano el buñuelo. Tiembla la mariposa. Tiembla el aire. Y los recuerdos de aquel remoto ayer tienen sabor a azúcar y canela.
¡Hasta mañana!...

MANGANITAS
Por AFA
". Ganó Argentina.".
A ninguno se le escapa
-esto se menciona ya-
que el triunfo se debió a
las oraciones del Papa.


NOTA
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