06 Abril 2023 Escrito por  Armando Fuentes/Catón AGENCIA REFORMA

De política y cosas peores

CIUDAD DE MÉXICO.- Un hombre joven acudió a la consulta de un médico de fama. El muchacho se veía agotado, desmadejado, gastado, acabado, desmayado, apagado, aniquilado. Lo interrogó el facultativo a fin de conocer la causa de su febledad. “Tengo una novia muy ardiente, doctor -dice el muchacho con voz casi inaudible-. Me obliga a hacerle el amor dos veces cada día, y a veces hasta tres”.

“No me extraña su estado de debilidad, infeliz joven -responde con gravedad el médico-. Únicamente siendo de Saltillo puede un hombre resistir sin agotarse tales jornadas de sensualidad. En esa bella ciudad del norte mexicano el agua y el aire tienen miríficas virtudes que otorgan a los varones potencias legendarias que les duran hasta avanzada edad. El caso de usted es lamentable, pobre amigo. De seguir con esas efusiones la vida se le acabará antes del Día de la Madre. Seguramente no querrá usted privar a su madrecita del juego de seis vasos pintados con claveles rojos que cada año, sin faltar ninguno, le regala”. “De ninguna manera, doctor -suspira el joven-. Soy firme partidario de las tradiciones”. “Entonces -dictamina el galeno- es absolutamente necesario hacer que su novia pierda todo interés en el sexo”. Pregunta el lacerado: “Pero ¿cómo puedo conseguir tal cosa, doctor?”. Responde sin vacilar el médico: “Cásese con ella”... Un contratista de obras públicas se fue a confesar con el padre Arsilio. “Me acuso, padre -dice-, de que estoy construyendo un puente para el Gobierno, y me robé un poco de material para hacerle una casita a mi perro”. “Ese es pecado leve, hijo -lo tranquiliza el sacerdote-. De penitencia reza un padrenuestro”. “Pero además, padre -prosigue el individuo-, me llevé otro poco de material para hacerle una cochera a la casa de mi padre”. “Eso ya es un poco más grave, hijo -lo amonesta el padre. Como penitencia reza un rosario”. “No para ahí la cosa, señor cura -dice el sujeto-. También me robé material para hacerme yo una casa completa”. “Veo que el robo fue grande -se pone serio el sacerdote-. ¿Sabes lo que es una novena?”. “No, padre -responde el contratista-. Pero si me dibuja un plano se la hago. Todavía me queda mucho material”... Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, llegó ebrio a su casa en horas de la madrugada, y se metió a la cama procurando no hacer ruido. Su esposa lo sintió, sin embargo, y entre dormida y despierta le preguntó: “¿Eres tú, Empédocles?”. “Ojalá sea yo -responde el temulento-, porque si no aquí va a haber problema”... Ha llegado el momento de orientar a la República, modesta labor que sin estridencias llevo a cabo... Mira, República: no te dejes desazonar por quienes, como yo, nos dedicamos a escribir sobre política. Esa tarea produce una deformación consistente en pensar que todo en México es política. Eso, República, no es cierto. Políticos hay muchos, es verdad. Quizá -te lo digo aquí en confianza- demasiados. Tan grande es su número que los más de ellos no hacen otra cosa en los años de su cargo que gravitar sobre nuestro presupuesto. Pero si bien es cierto que hay muchos políticos, te informo que también hay en México mujeres y hombres que trabajan. Son secretarias, panaderos, pequeños comerciantes, amas de casa, empleados, agricultores, albañiles, poetas, zapateros, profesores, artesanos, obreros, empresarios, gente del campo, choferes, oficinistas... Ellos se entregan cada día a su labor; ven por sus familias; y lo único que quieren es que se les deje en paz; que no se les castigue demasiado con altos precios. Error muy grande, entonces, es suponer que, si la política está en crisis, México se halla también al borde del colapso. Seáme permitido un simil clásico: mientras allá en la orilla las ranas politiqueras croan, acá sigue fluyendo el impasible río de la vida. Espero, República, que esa metáfora te sirva para orientar tu rumbo... FIN.

Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
Pilatos no encontraba culpa en aquel Jesús que le habían llevado para que lo juzgara. Con frases vagas respondía el reo a las acusaciones, y a las preguntas oponía un silencio empecinado.
Algo tenía el hombre, sin embargo, que le daba semejanza de Dios. Era quizá la majestad que fluía de su cuerpo, erguido frente al escarnio de la turba, o la suave dulzura con que veían sus ojos, o la serenidad con que afrontaba el riesgo de la muerte. Por eso, y porque su mujer le había dicho que vio en sueños la inocencia de ese justo, Pilatos no sabía lo que tenía que hacer con él.
Hizo traer a Barrabás, pues era costumbre regalar al pueblo en esos días la libertad de un condenado. Llevó a Jesús y a Barrabás ante la muchedumbre, y pidió a la gente que dijera a cuál de los dos quería libre.
-¡A Barrabás! -gritó con una sola, enorme voz la turba.
Y así Pilatos dejó libre al culpable y condenó a morir al inocente.
Se lavó las manos, y mientras se las lavaba decía para sí:
-Es cosa buena esa invención que los griegos llaman “democracia”. Obré con tino y con justicia en este asunto: dejé que el pueblo decidiera. Y ya se sabe que el pueblo siempre tiene la razón.
¡Hasta mañana!...

Manganitas
Por AFA
“... Un joven amnésico sufre porque no sabe quiénes son sus padres...”.
Su situación no es tan crítica.
Le dirán su parentela
(incluyendo hasta su abuela)
si se mete a la política.


NOTA
La opinión del autor no es responsabilidad de esta Casa Editorial.

 

Más en esta categoría: « EDITORIAL EL DEDO »

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.